miércoles, 3 de febrero de 2010

"La mujer invisible" (cuento)

Janisse Hernández tenía la mirada perdida el día en que se la llevaron. 

Estela,  su hija de doce años, lo recordaba bien porque a partir de ese día la vida de toda la familia cambió para siempre.

Su madre había estado triste por muchos años. Su tristeza era tan profunda que corroía las paredes y se colaba en el caldo de la cena.  Ni ella ni su hermanita Camila lograban hacerla sonreír. Ni siquiera Batallón, que llegaba a pedir cariño a ladrido suelto con todas sus pulgas y meneando la colita.

   Cuando un año atrás Janisse desapareció de sus vidas, el silencio fue el primero en apoderarse de la casa.

    Camila miró asustada a su papá, un hombre obeso y maloliente al que nunca le habían gustado los niños, pero él dormía ebrio y una mosca revoloteaba sobre su nariz. Estela tomó a su hermana en brazos y la llevó a la cama de ambas para peinarla como muñeca y prometerle que algún día llegarían a un reino de dulces y abrazos.

-         ¿Y Batallón va a poder entrar?
-         ¡¡Por supuesto!! Porque además van a haber más perritos como Batallón y conejos, sapos, elefantes, mariposas, de todo…
-         ¿Y la ratoncita de los dientes?
-         Creo que es un ratón, no una ratoncita- sonrió esa vez Estela. –Pero estoy segura que va a estar ahí con toda su familia.

Las niñas siguieron conversando hasta que la pequeña se acomodó a descansar sin pena entre las cejas. Estela se quedó muchas horas en vela, temblando ante los suspiros de la noche. 

Al día siguiente le tocó cumplir el rol de su querida mamá, porque además de realizar quehaceres y preparar algo de comer, debió escuchar todas las críticas e insultos de un padrastro atontado por el alcohol.

Desde entonces, Estela había engordado y exhibía un par de moretones y rasguños en el rostro. Se había vuelto huraña, faltaba mucho a la escuela y no siempre encontraba qué preparar para comer. 

El papá de su hermanita solía desaparecer por varios días y entonces ella salía a las calles a pedir limosna o alimento a los vecinos. Pero era un barrio pobre y el pan entre muchos se hacía poco.

Al principio las niñas esperaban que en cualquier momento su mamá entrara radiante por la puerta, las abrazara y les diera dulces que habría traído en su cartera. Camila seguía soñando con ese día, pero Estela se había resignado a que seguramente se la habrían llevado tan lejos que no podría regresar. Estaría perdida y quizás hasta se había olvidado de ellas.

Ese día Estela estaba barriendo el dormitorio mientras cantaba la canción favorita de Camila. Fingía no saber que ella estaba escondida en el clóset, jugando a ser la mujer invisible, cuando de pronto sonó la puerta. Antonio Rodríguez, su padrastro entró más borracho que de costumbre. Estela calló inmediatamente y agachó la cabeza mientras terminaba de hacer aseo.

Antonio había tenido un muy mal día y de pronto su mirada torva chocó con los pechos incipientes de su hijastra, las pantorrillas regordetas, el trasero levantado y la hermosa cabellera ondulada. No lo pensó. En un segundo le quitó la escoba, la empujó contra la cama y desabrochó su bragueta.

Estela, Estela. La mujer niña obligada a crecer gritaba con impotencia porque adivinaba exactamente que estaba sucediendo y que pasaría después. Desesperada intentaba zafarse, morderlo, golpearlo. Pero él tenía 60 kilos más que ella y su escaso razonamiento se había ahogado en las últimas copas de alcohol.

Entre los jadeos de ese hombre y sus propios gritos, ella escuchó un ruido en el clóset y adivinó los ojos de ardilla asustada de su hermanita mirando a través de la rejilla de la puerta del mueble.

Ella seguía ahí, como una pequeña invisible espantada y sin entender. Estela fijó la mirada un segundo en esa puerta y le hizo una seña para que cerrara los ojos y se tapara las orejas porque ella no podía evitar gritar con un dolor agudo y humillante. Cuando Antonio terminó, pasó una mano por el riachuelo de sangre que bajaba por sus piernas.

Derrotado por la bebida, se tendió en la cama y durmió.  Camila empujó lentamente la puerta del clóset. Su hermana, con la entrepierna manchada de sangre y la ropa rota, lloraba amargamente.

-         ¡Tienes una herida! ¡Una herida grande! Ay… Hay que curarla, Estela… Voy a buscar algo para curar… ¿dónde está? No encuentro nada –la niña revolvía cajones aturdida- No hay… voy a pedirle a la vecina y algodón, espérame….

Cuando volvió con una motita de algodón empapada, Estela se había lavado un poco y se estaba poniendo ropa limpia mientras lloraba en silencio. Camila le pasó el algodón.

-         ¿Te duele mucho? –tenía un nudo en la garganta y un par de lagrimones que luchaban por salir. No entendía bien, pero sabía que algo terrible había pasado, que su hermana estaba herida y que no estaba mamá para curarla.

A Estela se le habían acabado las palabras, las canciones y las sonrisas.

-         ¿Qué… qué pasó? –insistió con un hilo de voz.

            Pero tampoco le quedaban explicaciones.

-         ¿Te acuerdas que decías que nos íbamos a ir a un lugar donde hay dulces y perritos? ¿Y elefantes? ¿Dónde queda? ¿Y si nos vamos ahora?- insistía confundida sin saber cómo ayudar.

Sin embargo, tenía razón. Había llegado la hora de partir, de terminar con las humillaciones, de dejar la violencia al descubierto y aspirar a una vida mejor. 

Estela le sonrió por primera vez después de aquel horrible martirio y armó una pequeña maleta con vestidos y una muñeca para las dos. En el fondo de su corazón sabía que algo muy malo había ocurrido y quería proteger a Camila, con la esperanza de que alguien las ayudara.

- Sí, hermanita. Nos vamos, nos vamos para siempre. Pero antes de ir a ese reino, pasaremos a un hospital para preguntar si saben por mamá y revisar la herida que me dejó papá.


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11 comentarios:

Fiaris dijo...

Hola Lore vine a devolver tu visita ,me gusta tu casa ,me invitas un café me quedo tal vez salga luego de leer a buscar unos amigos que tengo viviendo en chile,cariños te sigo

Mercedes Pinto dijo...

Muy triste y tierno. Me ha gustado mucho este pequeño relato. Gracias por regalarlo.
Un abrazo.

Vía Morouzos dijo...

Un relato doloroso y una gran denuncia. La angustia aún me persigue.

Muchas gracias por visitarme:-)

Ivan Lukman dijo...

En este breve texto has plasmado unas de la realidades mas crueles que se vive, doloro pero muy sierto.

Desde una habitacion en la joven Buenos Aires te dejo un calido beso

Carolina dijo...

Me han caído las lágrimas, por Dios! historias como esta, continúan pasando en el silencio de algunos hogares rotos. Una historia muy real.
Ojalá que las niñas encontraran su Reino.
Abrazos.

Lorena Machuca W. dijo...

Muchísimas gracias!!! le dieron sentido a compartir este cuento. Nos leemos! :-)

SA dijo...

Ojala ese lugar al que quieren partir existiera para todos los niños que se quedan sin cariño en la infancia.

No hay mayor daño en este mundo que un niño sin infancia.

Precioso cuento.

He llegado hasta aquí gracias a tu visita.

Seguro volveré.

Charles A dijo...

Hola, no me conoces, no te conozco, pero, en ocasiones, llega uno a un sitio y se enamora del entorno. Permíteme quedarme un rato aquí.

Lorena Machuca W. dijo...

Muchas gracias!! quédate el rato que quieras, siempre serás bienvenido. Cuando tenga un tiempito iré d visita también.
saludos!!

Henrique dijo...

Este cuento es un llamado a la reflexión, revela una triste realidad que es muy común en las zonas marginales de Caracas, así como en muchas parte del interior del país y que no se denuncia por vergúenza o por incompetencia a la hora de aplicar justicia. ¿Qué podemos hacer los que tenemos el lápiz, o mejor dicho la computadora, y las ideas en la cabeza? Pues esto: escribir hasta que se te cansen las manos o te sangren si es preciso.
Gracias por tu visita a mi blog que tengo algo abandonado.
Te seguiré leyendo.

Lorena Machuca W. dijo...

Cierto, escribir y escribir! Muchas gracias por tu visita, vuelte cuando quieras!! :)

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